Nivea dos Santos consiguió su primer
trabajo como empleada doméstica interna a los 12 años.
Laboraba
removiendo el polvo, pasando la aspiradora, planchando y puliendo la
vajilla de plata de una acaudalada familia de Río de Janeiro desde que
amanecía hasta que oscurecía.
Terminaba agotada y caía como una piedra
en la cama.
Dos décadas después de vivir en
esas condiciones laborales, Brasil aprobó una ley que busca detener
abusos como el tener que trabajar largas jornadas de trabajo por muy
poco o, en algunos casos, sin recibir compensación alguna.
La
ley, un hito para los trabajadores domésticos, primero fue aprobada
como una reforma constitucional en 2013 y fue reglamentada este año,
tiene como propósito cobijar a unos seis millones de empleados
domésticos, jardineros, niñeras, cuidadoras de ancianos o trabajadores
de hogares geriátricos privados con las generosas garantías laborales de
las que gozan los brasileros.
Para algunos,
la ley ha sido una bendición.
Eliane Soares Leme, que trabaja como
niñera interna en una casa, habría dejado de trabajar en oficios
domésticos si no fuera por la legislación.
A sus 34 años y después de
décadas de trabajar informalmente, fue registrada por primera vez en el
sistema de seguridad social.
Eso significa que ahora goza de beneficios
como un subsidio que paga su transporte para ir y volver del trabajo,
vacaciones pagas y un salario adicional al año; garantías intocables de
las que durante años han gozado la mayoría de los trabajadores
brasileños.
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